El principio que sigue el almacenamiento en vertederos de cualquier tipo de residuos es aislarlos del entorno humano interponiendo entre ellos y nosotros un sistema de barreras que impida su retorno para siempre, o que minimice los riesgos a un valor prácticamente nulo en el caso de retorno, aunque este sea altamente improbable. Esto se llama confinamiento.
En el caso de los residuos radiactivos el sistema de barreras debe mantener su eficacia hasta que la radiactividad haya disminuido por decaimiento radiactivo a los niveles fijados por las autoridades competentes. En el caso de residuos radiactivos, se elimina, pues, el concepto de perennidad que llevan consigo muchos residuos convencionales.
Actualmente está admitida y tipificada internacionalmente la estrategia a seguir para el almacenamiento final o a largo plazo de los residuos radiactivos, o sea para su confinamiento definitivo.
El peligro a evitar sería que el agua de lluvia o el agua subterránea se pusiera eventualmente en contacto con los residuos radiactivos, disolviera a alguno de los radionucleidos presentes y los transportara al entorno humano.
Para disipar este peligro, la estrategia se basa en: a) hacer con los residuos paquetes insolubles y estables, capaces de resistir la agresión del agua por largo tiempo, b) diseñar un recinto especialmente preparado para impedir que el agua pueda tener acceso a su interior, donde se colocarán definitivamente los paquetes, c) emplazar y construir el recinto en una formación geológica superficial o profunda de nuestra corteza terrestre, que pueda garantizar su integridad durante el tiempo que se requiera (esta formación se conoce como 99 roca receptora», y d) elegir la roca receptora dentro de un medio geológico general (roca encajante) formado por materiales absorbentes que impidan o retarden el retorno a la biota en el caso de un fallo altamente imprevisible de todo el sistema de barreras.
La propia naturaleza se ha encargado de demostrar lo acertado de la estrategia internacional de la gestión de los residuos radiactivos, proporcionando una prueba evidente del buen funcionamiento de las barreras geológicas. Hace 30 años, buscando uranio en el Gabón, se descubrió que en una zona llamada Oklo, se habían producido fisiones en cadena hace 2.000 millones de años, debido a la circulación de agua subterránea en un yacimiento excepcionalmente rico en uranio, funcionando el conjunto como un reactor nuclear natural durante unos 500.000 años. El resultado fue la producción de unas 10 toneladas de productos de fisión y 1,5 toneladas de plutonio hasta el momento en que cesaron las fisiones en cadena. Se ha podido comprobar que los elementos artificiales generados o sus descendientes han permanecido retenidos en un radio de cinco kilómetros alrededor del punto donde se originaron.
Así tenemos este experimento que la naturaleza nos ha brindado y que ocurrió en un sitio que no estaba elegido para ser almacenamiento de residuos sino donde la naturaleza había puesto el uranio. Cabe añadir que el hombre dispone de tecnología geológica para seleccionar y caracterizar exhaustivamente sitios mejores que el de Oklo, y dispone de técnicas químicas y de ingeniería para hacer paquetes y recintos de mucha más alta calidad de los que pueda haber ofrecido ocasionalmente la naturaleza.