Slee (2012) menciona que la discapacidad no se considera como una característica patológica de una persona. En cambio, describe más precisamente nuestra reacción negativa colectiva a las diferencias humanas, nuestra incapacidad o falta de disposición para incluir a todos los miembros de una comunidad.
Por otro lado, los modelos individualistas de la discapacidad, como los que encontramos en la educación especial tradicional, restringen la mirada analítica a la patología del niño y la etiología de la enfermedad, el síndrome o el trastorno para explicar al niño y su experiencia del mundo.
Asimismo, esta visión limitada, según el modelo social, prescinde de las complejas interacciones entre el orden social y la patología individual. De un modo intrínsecamente reduccionista, la discapacidad es considerada como un problema personal, y no como una cuestión social que requiere una consideración y una respuesta colectivas. Se culpa o se compadece a las personas con minusvalías por sus trayectorias vitales.
Asimismo, se establecen comparaciones opresivas entre la persona discapacitada y los héroes discapacitados populares. Finalmente se convierten en objetivos objetivados para la intervención caritativa, médica y burocrática en un intento por normalizarlos.