De manera habitual es posible hallar una triple categorización de las respuestas examinadas con relación al estrés laboral. En ella se distingue entre las de naturaleza fisiológica, psicológica y conductual, al tiempo que se constata mayor énfasis en el estudio de estos dos últimos tipos. No obstante, a pesar de su inclusión relativamente escasa en la investigación laboral, la tasa cardiaca, la presión sanguínea, y los niveles de catecolaminas (epinefrina y norepinefrina) son las respuestas que con más frecuencia han sido evaluadas de forma independiente (Kahn y Byosiere, 1992). Esta conclusión coincide básicamente con la anteriormente expuesta por Fried, Rowland y Ferris (1984), quienes constatan que los investigadores se han ocupado de tres tipos principales de respuestas fisiológicas al estrés laboral: síntomas cardiovasculares (presión sanguínea, actividad cardíaca, y nivel de colesterol), medidas biomédicas (catecolaminas: epinefrina, norepinefrina y dopamina; corticosteroides: cortisol; y ácido úrico) y síntomas gastrointestinales (en especial de úlcera péptica).
Pero las respuestas hormonales y nerviosas, especialmente si el estado de estrés es prolongado o intenso, devienen causa de enfermedad. Así las principales consecuencias sobre la salud atribuidas al estrés son los trastornos psicofisiológicos o psicosomáticos. Tradicionalmente han sido consideradas enfermedades crónicas o de adaptación debidas a la respuesta inadaptada del organismo ante uno o más agentes externos y causados, al menos en parte, por el estilo de vida y el estrés asociado. Estos trastornos enunciados por Selye representan la clasificación general más extendida respecto a las consecuencias inducidas por el estrés sobre la salud física, siendo las más comunes las úlceras pépticas en el estómago y el intestino superior, alta presión sanguínea, trastornos cardíacos y nerviosos (Selye, 1993).