Desarrollo sostenible.
La explotación de los recursos naturales y la generación de residuos, que conlleva la actividad humana, están degradando la naturaleza a ritmos superiores a su capacidad de regeneración. Esta sustentación del desarrollo económico es insostenible y puede ser, a medio plazo, autodestructiva y empobrecedora.
En 1987 el Informe Brundtland, a la World Comissión on Environment and Development, definió el desarrollo sostenible como “el desarrollo que satisface las necesidades actuales sin poner en peligro la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades”. Y la World Conservation Union estableció en 1991 que “El desarrollo sostenible implica la mejora de la calidad de vida dentro de los límites de los ecosistemas”. Como complemento de estas visiones, y con el punto de vista de los Entes Locales, el International Council for Local Environmental Initiatives (ICLEI), argumentó en 1994, que “El desarrollo sostenible es aquél que ofrece servicios ambientales, sociales y económicos básicos a todos los miembros de una comunidad sin poner en peligro la viabilidad de los sistemas naturales, construidos y sociales de los que depende la oferta de esos servicios”.
Precisar el contenido del concepto de desarrollo sostenible, significa entrar en términos políticos: no es un asunto solo de tecnologías, si no que afecta a los modos de vida y a conflictos de intereses en el sistema económico.
La premisa de partida para actuar a favor de la sostenibilidad significa aceptar que, como la humanidad se sustenta y depende de la naturaleza, los daños ambientales y el agotamiento de recursos no son algo que se pueda contemplar como efectos colaterales del progreso, que se compensarán a posteriori con inversiones reparadoras. Tenemos que pensar en gestionarnos a nosotros mismos (nuestros consumos y nuestras relaciones) en vez de pensar solo en como gestionar la explotación de los recursos.
Los problemas ambientales de las ciudades, según advertía el libro verde del medio ambiente urbano en 1990, deben contemplarse como una señal de alarma de los problemas generales de producción, consumo y organización de la vida, que se manifiestan de forma especial en las ciudades al ser estas los lugares que concentran más actividades.