ETICA EN EL MUNDO ACTUAL
En los tiempos actuales, el tema del valor se ha vuelto un punto obligado a tratar en los distintos escenarios. No puede hablarse de política, de educación, de comportamiento ciudadano u organizacional, sin caer de inmediato en el campo de los valores. Esto es debido a que cada cierto tiempo las sociedades requieren de una reafirmación y renovación de los valores producto de sus cambios dinámicos y evolutivos.
La controversia sobre lo que es correcto o no en una sociedad existe desde ya hace muchos siglos y al parecer es de nunca acabar. Este nuevo milenio ofrece abundantes oportunidades para las sociedades producto de adelantos tecnológicos, los cuales alteraran el comportamiento del mundo que conocemos en distintas áreas fundamentales.
Etica en un mundo globalizado
Casos que revelan como se lleva a cabo la ética dentro de un mundo globalizado, en Estados Unidos, se ve las repercusiones, desde Wall Street a la Casa Blanca, de los últimos escándalos empresariales.
La lista es larga y en los últimos días, tras una estela de víctimas que incluían a miles de confiados accionistas, la marea amenazante llegó hasta las puertas de la sede de gobierno de Estados Unidos. El punto crucial: un entrecruzamiento de prácticas abusivas, muchas de las cuales son ilegales, pero otras simplemente significan el desprecio de valores éticos fundamentales.
Uno de los primeros en dar la voz de alerta fue el fundador del Instituto para la Etica Global, el profesor norteamericano Rushworth Kidder. A la luz de problemas tan dispares como la catástrofe de Chernobil; el caso del Exxon Valdés, que contaminó las aguas de Alaska, y uno de los primeros escándalos con fondos mutuos en Wall Street, planteó su convencimiento de que sería imposible «sobrevivir en el siglo XXI con la ética del siglo XX».
Kidder asegura que la globalización es más exigente de lo que parece a primera vista. Para él, con el lanzamiento de la primera bomba atómica, en Hiroshima, en 1945, la perspectiva cambió para siempre. Y en lo que hoy conocemos como la Sociedad de la Información, esta era en que todo se transmite a velocidad electrónica, se agregaron nuevos componentes: capitales que cambian de manos en pocos segundos sin que haya fronteras físicas que valgan; buques tanques gigantescos como el Exxon Valdés; mega-generadoras a base de energía nuclear, como Chernobil, y crecientes conglomerados económicos como Enron, Worldcom o Xerox en Estados Unidos, y Vivendi en Francia.
En Estados Unidos, después de las conmociones recientes, han recuperado fuerza los partidarios del Estado regulador y será difícil no encontrarles la razón. Una tras otras, grandes y prestigiosas corporaciones mostraron las fisuras en sus aparentemente exitosas y muy serias fachadas mediante manejos contables propios del mundo de la llamada «economía informal».
El primer escándalo fue el de Enron, una pequeña empresa que se agigantó en pocos años, pero cuya debilidad principal fue que sus auditores -Andersen- le dieron el visto bueno permanentemente y por una muy buena razón: además de ser sus auditores eran sus asesores. Después vino la crisis de Worldcom, una gigantesca empresa de comunicaciones que hizo crecer el valor de sus acciones por el simple expediente de hacer figurar sus gastos de operación como inversiones. «Contabilidad creativa», han sido bautizadas estas operaciones.
Recién amanece sobre el siglo XXI. Queda mucho camino por recorrer. Pero ya los peores temores de Kidder se han cumplido: la falta de escrúpulos (otro nombre para la conciencia ética) está haciendo reventar los titulares de los diarios de todo el mundo. No son sólo problemas del alto mundo de las finanzas. Como siempre ocurre -y ya ocurrió en la crisis de 1929 en Wall Street- la lista de perdedores incluye a millonarios, súpermillonarios y muchos empleados, jubilados y modestas dueñas de casa que creyeron de buena fe que sus ahorros estaban a salvo con tan prestigiosas empresas.
El comportamiento de las sociedades y el nivel de vida que alcancen se ven cada vez más afectadas tanto por el desempeño de las grandes corporaciones como por los programas que surgen de las políticas públicas que lleva a cabo el Estado. En la tarea de lograr el bien común se comienza a discutir la visión tradicional del contrato social, pues ya no sólo sería el Estado sino también las corporaciones las que atenderían problemas de carácter social. Sabemos que no pocas corporaciones obtienen utilidades muy superiores al PIB de muchas economías, su influencia es notable, sea a través de lo que hacen o lo que dejan de hacer. Este escenario plantea la necesidad de la aplicabilidad de normas éticas para aquellos que toman decisiones que tienen un alto impacto en el bien común, ya sea en el contexto privado como en el de las instituciones públicas. La incidencia de las actividades de las grandes corporaciones en las economías donde despliegan sus actividades origina una nueva demanda hacia el comportamiento socialmente responsable tanto para las compañías, como para el gobierno que debe fomentarlo.