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Fernando VI (1746 1759)

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Don José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda. Un reinado que debía ser de paz y mejoras para todos los dominios españoles, principiaba en el Perú bajo auspicios poco favorables. Continuando aún la guerra con Inglaterra, la sublevación de los chunchos, el nuevo impuesto y la suspensión de pagos, experimentó Lima en la noche del 28 de octubre de 1746 el más espantoso terremoto. La ciudad quedó sin templos y sin casas; el Callao fue sumergido con seis mil personas; el mar, que se avanzaba muy adentro de tierra, hizo fugar a los montes a los vecinos de la capital. Perdidas las provisiones del puerto y sus buques, amenazó el hambre y tras los sustos y las privaciones vinieron las enfermedades epidémicas. Por las providencias del activo virrey, al que secundaron entendidos ministros, se proveyó a las subsistencias; y a fin de que desapareciese todo temor para en adelante, se acordó la preferencia a los trigos del país sobre los de Chile. La ciudad fue reconstruida con rapidez, habiéndose allanado la cuestión entre los dueños de censos y los que por no pagarlos querían edificar en otros sitios. La catedral, en cuya construcción se había invertido cerca de un siglo, fue reparada en menos de cinco años, reemplazando con madera la piedra de las bóvedas. La población del Callao se trasladó a Bellavista, subsistiendo sin embargo cerca del mar muchos habitantes por su comodidad, y una fortaleza nueva para defensa del puerto. El terremoto había producido estragos en otros lugares distantes a que no pudo extenderse la acción reparadora del gobierno, que tampoco pudo atender a los perjuicios causados por los temporales y huracanes en Moquegua y Abancay.

Aún se ocupaba el virrey de estas obras cuando tuvo denuncias alarmantes sobre una conspiración de los indios de Lima. Descubiertos a tiempo y ejecutados sin dilación los cabecillas, hubo todavía que reprimir la revuelta en la inmediata provincia de Huarochirí, a donde había escapado uno de los principales conspiradores, el que también sufrió el último suplicio. Ya se había perdido el temor a los Chunchos de Juan Santos que vivía con recelo en las montañas y había dado muerte a su cuñado, el negro Gatica, y a otros de sus capitanes temiendo volviesen a la sumisión española. Las poblaciones de la ceja de la montaña quedaron tranquilas con la construcción de algunos fuertes.

Se estaba en plena paz con la Inglaterra y con todas las demás naciones. Cesó el nuevo impuesto habiéndose compuesto con los pueblos para el pago de lo que restaba; y también principiaron a pagarse con regularidad los sueldos y demás créditos contra el Estado.

Para quitar toda disensión con los portugueses se celebró en 1754 un tratado de límites, siendo los del Perú con el Brasil: 1º los orígenes del Madeira y su curso hasta un punto equidistante de su desembocadura y de la confluencia del Guaporé con el Mamoré; 2º un paralelo tirado de este punto al Yavari; 3º aguas abajo de este río; 4º el curso del Amazonas; y 5º el Putumayo río arriba hasta los límites de Venezuela y Santa Fe. El Perú hizo grandes gastos en las comisiones encargadas de demarcar la frontera; pero la operación no tuvo cumplido efecto por la violenta oposición de los indios del Paraguay aconsejados por los jesuitas.

Las aspiraciones del clero habían sido comprimidas por un concordato reciente; mas no por eso dejó de haber repetidas competencias con el arzobispo de Lima, quien también las tuvo con las órdenes religiosas y con su cabildo. Una visita enviada para corregir los abusos de los inquisidores principió por encausarlos; y si bien no logró su objeto, contribuyó a gastar el prestigio del santo oficio. Reforma más importante fue la entrega de las doctrinas dirigidas por frailes a curas seculares, que vejaron menos a los pueblos y se interesaron más en su cultura evangélica.

Para reprimir los excesivos repartimientos de los corregidores se fijó un arancel que si bien no pudo reprimir los abusos y antes parecía autorizarlos, los hizo más manifiestos y preparó indirectamente la abolición del indigno tráfico.

La hacienda había recibido grandes mejoras con el estanco de tabaco que produjo una gran renta, con la nueva planta dada a las casas de moneda, con la mejor recaudación de los derechos reales y con el progreso del comercio, la agricultura y las minas.

La corte, que comprendía bien las ventajas de la estadística, exigió extensos informes sobre la situación del virreinato; principiaron a publicarse con tal objeto las guías de Lima; y aunque en extremo diminutos y llenos de inexactitudes se formaron algunos estados o razones sobre los principales objetos. El número de indios en los obispados de Lima, Chuquisaca, Misque, Cuzco, Paz, Arequipa, Huamanga y Trujillo se calculó en 612 780 repartidos en 74 provincias con 755 curas, 2 078 caciques y mandones. Los indios de las misiones del Paraguay se regularon en 99 333, los de las misiones de Mojos en 31 349; la población de Lima en 54 mil almas; los diezmos de su arzobispado en 119 113 pesos con tres y medio reales; los del Cuzco en 43 556 pesos y tres reales; los de Arequipa en 52 630 pesos y tres reales; los de Trujillo en 42 092 pesos y dos reales, y los de Huamanga en 30 371 pesos y medio real. El caudal existente en las cajas reales de Lima montaba a 3 670 874 pesos con seis reales y tres octavos; y el valor de los tabacos se apreciaba en 1 457 877 pesos con cuatro reales y un octavo. La mayor parte de estos datos adolecían de suma inexactitud; mas en esta especie de investigaciones se ha hecho mucho, cuando se ha abierto el camino.