IDENTIDAD NACIONAL
La Identidad Nacional es indispensable para canalizar, bien o mal, este impulso de trascendencia que se encuentra en todo ser humano. Morir por causas buenas, malas o simplemente estúpidas, dependerá de la sabiduría del pueblo y de sus dirigentes. Eso es lo que está más en cuestión, más que si estamos o no dispuestos a morir por alguna causa.
La Identidad Nacional define quiénes conforman una sociedad nosotros y quiénes son ajenos a ella los otros. Esta identificación surge debido a la necesidad de conciliar la afirmación individual con la cohesión social.
Esta afirmación es imprescindible para que la vida social pueda cumplir sus más elementales funciones. En efecto, «la Nación occidental moderna es una estructura práctica. Brinda defensa, orden civil, un sistema de justicia, una estructura económica, un marco para la industria y las transacciones comerciales, sistemas de transporte y comunicaciones y demás».
Para realizar este esfuerzo de cohesión social que da sustento al Estado, la sociedad política ha apelado a la escolarización obligatoria, la administración pública centralizada, la voluntad permanente de crear y mantener un ámbito de poder político y cultural común, entre otras medidas.
Sin embargo, el fracaso de la política moderna de identificación nacional puede llevar a situaciones no menos dramáticas. Algunos proyectos de constituir una identidad política común, han abortado con consecuencias no siempre favorables para la humanidad. Es el caso de la ex URSS, Yugoslavia, Checoslovaquia, El Líbano y la Unión India antes de la partición, entre otros países. El drama bosnio y el expansionismo de la Gran Serbia o la Gran Croacia nos han demostrado que cualquier cosa hubiese sido mejor que la «limpieza étnica» y que lo humanitario habría sido la construcción de una identidad común.
Para algunos, detrás de la división de los Estados modernos se esconde el saludable principio de la autodeterminación de los pueblos, respecto del cual sólo cabe respeto. Sin embargo, los problemas lógicos, éticos y políticos que surgen, no son menores. Sobre todo, deberíamos preguntarnos con Tzvetan Todorov «¿Todo grupo cultural tendría el derecho a la autodeterminación? A ese precio, todo pueblito desearía la secesión e, incluso, por qué no, cada familia». Es obvio que la cohesión social y la existencia de un concierto mundial pacífico requieren un cierto orden, una determinada realidad en que no es posible que cada población con voluntad política suficiente construya su propio Estado. Lo contrario favorece el desorden mundial y la proliferación de decenas de Estados débiles que son la antesala del «brillante porvenir de la guerra».
Lo anterior hace surgir la necesidad de la cohesión social. No se trata de reprimir todo conflicto, sino de aceptar que las pugnas entre grupos, etnias o clases se deben resolver de acuerdo a ciertas reglas que no cuestionen la existencia de la sociedad articulada por el Estado-Nación secesión ni la resolución pacífica de los conflictos guerra civil.
Toda sociedad, al constituirse en Estado ha requerido de una integración que, en el sentido dado por Schnapper, es «la interiorización de la comunidad receptora, con posibilidad de reinterpretar e innovar esas normas». Es cierto que habitualmente tal integración se ha dado bajo la forma de la asimilación, incluso violenta. Sin embargo, cabe preguntarse si para enmendar los errores y horrores del pasado, la mejor política en términos éticos sea revivir los enfrentamientos entre etnias, clases o comunidades culturales hasta el límite del quiebre del Estado-Nación. Ya lo decía Ernest Renán al observar que la memoria histórica de una Nación está hecha tanto de recuerdos como de olvidos. Gellner agregó que a este olvido se suman el encubrimiento de las diferencias y matices o, al menos, la voluntad compartida de no otorgarles relevancia.
Por las razones esgrimidas, todos los Estados modernos buscan promover la cohesión del cuerpo social. Ello se logra mediante la integración social en el ámbito socioeconómico y la estructuración de oportunidades para todos. De igual modo, por medio de la educación y otras actividades culturales y simbólicas, los Estados extienden la homogeneización cultural y la identificación comunitaria. Expresión de ello son la política educacional; la acción de la administración pública; el rol de las Fuerzas Armadas; la promoción de la lengua, historia y literaturas nacionales; las conmemoraciones patrias; las celebraciones deportivas y, en general, la extensión de una idea de comunidad nacional simbólica a través de la bandera, himno y escudo nacionales.
Lo cierto es que esta política es impulsada por todos los Estados, monárquicos o republicanos, nacionales o multiculturales. En efecto, ya en 1539, la monarquía francesa estatuyó el uso exclusivo del francés en las actas oficiales y los documentos legales y los revolucionarios de 1789 declararon perversos los dialectos locales.
1. IDENTIDAD NACIONAL, PLURALISMO O MONISMO
Lo sostenido lleva a otra importante opción a propósito de la Identidad Nacional. En efecto, de una política estatal y social en pro de la integración nacional, surge la legítima pregunta acerca del destino de las minorías étnicas o, en general, de las comunidades que no sean parte de la matriz básica de la Identidad Nacional definida por la mayoría o, peor aún, por la minoría dominante. Surge entonces el tema de la relación entre Identidad Nacional, pluralismo y monismo.
El riesgo de enfrentarnos a identidades nacionales cerradas y excluyentes es más alto cuando nacionalismo se asocia a ideas holistas, en el sentido que desprecian al individuo y sus derechos en aras del cuerpo social. Surgen así nacionalismos monistas que sostienen que existe una Identidad Nacional-cultural (o étnica) homogénea e inmodificable, cuya preservación adquiere valor absoluto y en que el grupo adquiere el carácter de un ser transindividual.
Frente a esta noción de Identidad Nacional surge otra pluralista, acorde con los valores de la modernidad occidental. Esta concepción sostiene que la Identidad Nacional es compatible con la idea de respeto a la igualdad de «los otros», del extranjero, el que no es inferior ni inintegrable. Junto con ello, se trata de una «comunidad de ciudadanos» en que libremente se crea y preserva a partir de los derechos del individuo. Según ella, es el pueblo el que da el consentimiento a la construcción y gobierno del Estado. Entonces, esta identidad está abierta al cambio a partir del paso del tiempo y de los aportes de nuevas comunidades intranacionales o incluso extranjeras.
La concepción pluralista de la Identidad Nacional no excluye el respeto de la tradición, «el aporte de los antepasados», ni el lazo sentimental con la comunidad o la tarea de la cohesión de la sociedad. No se trata de imponer que todos sean hijos del mestizaje, pero sí de reconocer como mito fundacional el encuentro de dos pueblos. No se trata de imponer una misma lectura histórica del pasado, pero sí de reconocerse en ciertas ideas fundacionales del Estado-Nación. No se trata de despreciar otras culturas y pueblos, pero sí de amar la propia Patria.
Esta concepción pluralista de la Identidad Nacional busca entonces conciliar la idea moderna de soberanía popular y legitimidad democrática, con el principio tradicional de amor a la comunidad, de pertenencia a una cierta Patria. Otro de sus desafíos surge cuando al interior del Estado existen minorías étnicas o culturales significativas en forma inmemorial o producto de la inmigración.
2. IDENTIDAD NACIONAL AGRESIVA O COSMOPOLITA
El nacionalismo constituye un principio general que puede invocarse en contextos específicos; en última instancia, es un mecanismo de movilización política. En la literatura sobre el nacionalismo es posible distinguir dos variedades de éste:
La Nación es la base de la sociedad y de los derechos individuales; las libertades y los deberes proceden de ella, que es por lo tanto superior y está antes que el individuo. El Estado es la más alta expresión de la Nación y, de este modo, está también por encima del individuo, incluyendo en su interior todos sus derechos civiles.
En la concepción liberal del nacionalismo, el individuo está antes que la Nación, la cual consiste simplemente en un conjunto de individuos. Los derechos son inherentes a éstos, quienes pueden organizarse por medio de la Nación. Ésta y el Estado son producto de la voluntad y no pueden reemplazarla. La pertenencia a la Nación no se concede de acuerdo a características adscriptivas, sino acorde con la ley y el procedimiento debido, o simplemente por haber nacido dentro del territorio nacional. En principio, cualquiera puede ser miembro de la Nación.
Las consecuencias políticas de estos dos tipos de nacionalismos son las siguientes:
• El primero es excluyente y se asocia muchas veces con el concepto de etnicidad. Parte de definiciones colectivas de los derechos y deberes y opta por las soluciones electivas de los problemas políticos, a la luz de los intereses de grupo.
• El segundo está abierto a todos y se basa en valores cívicos. Es individualista y tendería a favorecer al individuo por encima de los derechos de grupo.
El nacionalismo posee una doble cualidad: es una doctrina de liberación, emparentada con el liberalismo y respetuosa de los derechos individuales; y es una doctrina de subordinación del individuo a la colectividad.
Una de las dificultades que conlleva el aislar la doctrina nacionalista, es que casi nunca se encuentra pura, sino que aparece siempre entrelazada de manera compleja con otras doctrinas sociales, políticas y económicas.
El cientista social Keating, sostiene que el nacionalismo no es un principio que pueda ser tomado o aplicado literalmente en cualquier circunstancia. Contiene demasiadas variedades y contradicciones internas. Afirma que la humanidad se divide en naciones, pero no ofrece criterios convenidos mediante los cuales éstas puedan ser reconocidas como tales. No puede ser universalizado, pues las demandas universales resultan incompatibles en la práctica. Se trata de una doctrina de liberación, pero también de subordinación.
Por lo tanto, la alternativa viable, es decidir la clase de nacionalismo que conviene adoptar, por ser positiva para el país en el contexto de un mundo globalizado.