EL VALOR DE LA IDENTIDAD NACIONAL
1. DEMONIZACIÓN DEL NACIONALISMO
La paz se presentaba como un objetivo prioritario que pusiera fin a la tentación bélica de los particularismos etno-nacionalistas y una enemistad entre Estados que había provocado dos guerras mundiales y unas cotas escalofriantes de destrucción y de muerte. La integración económica se consideró la vía más persuasiva y adecuada para iniciar ese proceso unificador, dejando para un segundo momento la integración política de todos los pueblos. El paso del tiempo ha demostrado que no era la vía económica el camino natural para la construcción de la pretendida unidad política. Entre otras cosas, por la dificultad que supone recrear una comunidad espiritual, basada en un precipitado histórico de valores europeos comunes, si es que una tarea de ese calibre fuera realmente posible y este tipo de valores fueran realmente existente.
2. REDESCUBRIR EL PAPEL DE LA IDENTIDAD NACIONAL
Dado que el papel de la identidad nacional como camino hacia la estatalidad ya no se aceptan como fundamento de un posible y legítimo ejercicio del derecho de autodeterminación, hemos de preguntarnos, en consecuencia, si la nación y la identidad nacional tienen todavía un papel que desempeñar en el concierto mundial de los Estados que se proyectan hacia el siglo XXI, o si debe darse por definitivamente desacreditada y con tendencia a desaparecer. Nuestra respuesta es positiva: entendemos que la identidad nacional, más allá del debate sobre la autodeterminación, sigue teniendo un papel decisivo en la necesaria relación de identificación entre los ciudadanos y el Estado. Veamos las razones.
Parece claro que el papel de la nación y de la identidad nacional está muy relacionado, ya desde el siglo XVII, con el desarrollo de las dos grandes escuelas de derecho de occidente: la escuela racionalista del derecho natural de los siglos XVII y XVIII (Grocio, Puffendorf, Hobbes, etc.) y la escuela histórica del derecho, en especial a partir del siglo XIX (Savigny, Grimm). En efecto, la escuela racionalista, al conceptuar al estado como una comunidad jurídica que nace de un contrato originario» (por medio del cual determinados individuos deciden unirse bajo ciertos presupuestos), indica como fundamento para su formación, no la comunidad nacional» de origen, historia, lengua y cultura, sino a la comunidad de destino», basada en la voluntad de los interesados. Para la escuela histórica, por el contrario, al estar estrechamente vinculada con el romanticismo, considera primariamente al individuo como parte de una comunidad originaria (familia, pueblo) que se ha constituido, en función de una lengua y una cultura propias, por unas costumbres y unas leyes propias. Desde esta concepción, el Estado sólo puede ser el reflejo jurídico de una comunidad nacional.
Podríamos concluir estableciendo tres razones que avalan el papel importante a desempeñar por las identidades nacionales en el futuro:
a) Se debe rescatar la identidad nacional del proceso de demonización al que ha sido sometida a causa de la experiencia fascista y nacionalsocialista, y a su equiparación con fenómenos totalitarios, secesionistas y xenófobos, fomentando, en cambio, su auténtico papel y significado en el marco de las relaciones entre el Estado y los ciudadanos.
b) La identidad nacional supone la respuesta a la superación del modelo de relación jurídico-contractual entre el ciudadano/individuo y el Estado/sociedad anónima, diseñado por el racionalismo desde la posguerra;
c) La identidad nacional se presenta como indispensable para la cohesión y estabilidad, tanto de los Estados actuales como de los proyectos de creación de comunidades estatales mayores.
3. GLOBALIZACIÓN E IDENTIDAD NACIONAL
Las transformaciones internacionales han dado surgimiento a un nuevo modelo de globalización que sostiene que las distancias entre los países no sólo se han acortado desde el punto de vista de las velocidades de traslado de un sitio a otro sino también por el surgimiento de un nuevo modelo cultural que afecta a la totalidad de los actores involucrados.
El concepto de soberanía nacional está siendo redefinido. Ello se evidencia en la aparición de nuevos conglomerados regionales que abarcan la faz económica pero que también suponen la aparición de nuevas identidades. La Unión Europea y el Mercosur (con un nivel aún menor de integración) son dos modelos que prefiguran estas tendencias.
Estas transformaciones se dan en un marco en el que los aspectos tecnológicos, culturales y laborales son afectados fuertemente. La revolución tecnológica a la que se ha asistido en los últimos años supone nuevos paradigmas que influirán en el campo de la investigación y en los modelos educativos que nuestras sociedades se han dado tradicionalmente para la transmisión de saberes.
Muchos aspectos del proceso de globalización quedan por definir y será preciso identificar las áreas que se readecuarán a los procesos que tendrán lugar.
En varios análisis acerca de los nuevos escenarios del conflicto se sostiene que la política mundial está ingresando en una nueva fase en la que las fuentes de conflicto seguirán siendo predominantemente económicas pero también adquirirán relieve los conflictos étnicos, religiosos y culturales. Si bien los Estados-Nación conservarán el protagonismo en la arena internacional, las líneas de enfrentamiento dividirán más bien a naciones y grupos de diferentes civilizaciones. En este nuevo contexto la economía política refleja los cambios derivados de la cultura general y de los patrones fundamentales de la competencia. La posibilidad de maximizar oportunidades parece no depender de la habilidad de los diversos actores para anticipar o generar espacios para la acción sino de su aptitud para comprender cambios y demandas. Bajo estas condiciones, la iniciativa y el liderazgo de las reformas suponen también ya no sólo capacidad de adaptación sino también destreza y aptitud para la supervivencia en un ambiente político crecientemente complejo.